lunes, 23 de mayo de 2022

Así Paga el Diablo (Leyenda de Matamoros, Tamps)

N de tarjeta de débito a nombre de Alfonso Delgado Díaz: 4027 6657 9975 7225


Leyenda escrita por: Dr. Manuel F. Rodríguez Brayda en 1950 para la revista ``Provincia``



Sucedió en Matamoros. Para mayor fidelidad en la H. Matamoros, Tamaulipas, México. Y fue en el siglo diez y nueve sin poder precisar, pues mientras unas abuelitas afirman que aconteció a principios del siglo, otros aseguran que a mediados y no faltan los que aseveran que en último tercio. El caso es que todos están de acuerdo en lo sustancial de la aventura de Abundio el violinista. Los músicos de entonces -y no era excepción Abundio el violinista-, como aún no estaban sindicalizados, pasaban la pena adiposa para subsistir. En Matamoros, en aquellos días pequeño pueblucho, tocaban solo ocasionalmente cuando algún personaje o personajillo partía de viaje iba la murga a despedirlo ejecutando ``Las Golondrinas``, al regresar lo recibían con ``Las Dianas``; estaban los filarmonicos al tanto de los días anomásticos de señorones, señoronas y señorintingas para tocarles ``Las Mañanitas``; se enteraban de los aniversarios y hacían lo mismo; unos cuantos bailes al año, una que otra boda rumbosa, escasos bautizos de postín, contadísimas ``serenatas`` -previo permiso municipal- y termine usted la cuenta. Epoca dura, sobretodo en invierno. Se pasaban varias noches en blanco, de tertulía en alguna fonda -todavía no se llamaban restaurantes- que tenía su piquera -rinconcito con rejas, donde se servían bebidas alcohólicas- y como en aquel entonces y en este ahora, sobra quien invite a libar y escasea quien lo haga a correr, resultaba que los músicos en su inmensa mayoría – y Abundio el Violinista no era la excepción- se retiraban en la alta noche a sus casas con los intestinos sin sólidos y los estómagos a medio llenar o llenos por completo de líquidos espirituosos.



Una de tales ocasiones iba Abundio, Donde traspies iba . Y entre uno y otro invocó:

  • Si el diablo me lo pide, al Diablo le toco.

Tras lo cual, sin haber obstáculo a su paso, dió con su figura y su violín sobre el lúteo pavimento.

No se sabe -y creo que nunca se sabrá -el lapso que estuvo botado en la rúa, pero puede conjeturarse que no fue largo. Un personaje- los abuelos lo describen como alto, esbelto, carilargo, ojos oblícuos de esclerótica roja, de mirar llameante, pobladas cejas, prominente nariz aguileña, mostachos a la bargoñosa, barbilla mentoniana, orejas de lobo, alto sombrero de copa que apenas disimula algo así como unos apéndices parecidos a coprina encornadura, negra copa con esclavina española roja, oculta en el siniestro lado largo espadín y por la parte media posterior no menos largo rabo, , y borceguíes que calzan pezuñas- levantó a nuestro violinista, mandándole:

  • Abundio, ven a tocar,

Y en seguida lo ayudó a subir a un coche cerrado que Abundio no supo como llegó hasta ahí.

  • A mi baile, ordenó el de la copa rojinegra, y el coche se arrancó con rumbo para Abundio desconocido, tan pronto le pareció que iba para el barrio de la ``Anacahuita``, era para la garita de ``Puertas Verdes``o bien para el ``estero seco``. Paró por fin el coche y descendiendo nuestros personajes se encontraron en un vasto salón, salón tan vasto que allí estaban, absolutamente todos los habitantes de Matamoros, sin faltar ni uno siquiera.

  • Empieza a tocar Abundio- ordenó el de la copa rojinegra- y házlo ``vivace``, ``fortisimo``, ``molte feroce``.

Principió Abundio a tocar su violín y dió comienzo la zarabanda. Formándose las parejas y aquello fue un continuo danzar... y tocar. Al rato de rato Abundio se cansó, pero vino inmediatamente el de la copa rojinegra y le propinó tremendo azotes con el oculto rabo, faena para la cuál puso al rabo al descubierto. Y lo mismo hacía con los que se cansaban de bailar. Y así pasaronse horas y horas de música, bailes y azotes. Por fin cantó un gallo y se escuchó lejano tañer de campana. Como arte de birlo birloque desaparecieron que desaparecieron piso, techo y paredes del inmenso salón y con ello todos los danzantes que, repiten los abuelos y no se cansan de repetir, eran todos absolutamente todos los habitantes de Matamoros, sin faltar uno solo siquiero. De regreso al coche, Abundio todo molido de cansancio y de los rabizurrigazos tuvo la curiosidad de indagar al de la rojinegra copa y díjole:

  • Comprendo que en su baile danzaron don fulano, que dicen mandó matar a su suegra para quedarse con una hacienda: que esté Zutano el prestamista, que no falte el jóven perengano, hijo del dueño de las postas que asalta enmascarado las diligencias de su propio padre, que estén los dueños de la taberna y de la lechería que bautizan sin estar ordenados, que bailen doña Nachita que le quitó el novio a su hermana mayor y otros y otras muchos que por prudencia callo, pero que dancen todos, absolutamente todos los habitantes de Matamoros, sin faltar uno siquiera....

Complaciente, el de la copa bicolor sentenció:

  • No les has visto la lengua: negra y rayada la tienen.

  • Y está diciendo puso una reluciente moneda que parecía onza de oro en la diestra del violinista, y al mismo tiempo de tremendo puntapié de la hendida pezuña, lo arrojó del coche, yendo nuestro cuitado a yacer en el mismo sitio donde lo botara el suprodicho traspiés. Al levantarse Abundio y ver la moneda, encontráse que era un peso falso, del plomo más pesado que se conoce.

    Desde entonces, cuentan los abuelitos, que Abundio antes de libar licores, entre una y otra libación y después de cada libación, recitaba una cuartela que decía:

    ``obedece esto que hablo

    y evitarás cosas feas

jamás invoques al Diablo

Aunque en el Diablo no creas``


Leyenda de ``Así Paga el Diablo``, escrita por el Dr. Manuel F. Rodríguez Brayda en 1950, para la Revista ``Provincia``.  Fuente: AHM/Fondo Profr. Eustacio Sauceda/Caja No. 1/Exp. 12/ Revista "Provincia"/ Foja 5



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